Samurai 8
tiene un ritmo endiablado: no hay un segundo para el descanso, casi no hay
tiempo ni para dejar reposar todo lo acontecido. Y eso juega tanto a su favor
como en su contra. A su favor porque es imposible aburrirse durante su lectura:
es divertido, emocionante, sorprendente... Pero también juega en su contra
porque el universo que nos plantea es tan sugerente que desearíamos que
existieran más tiempos de calma para narrarnos, sin prisas, su contexto. Todo
va, me atrevería a decir, demasiado rápido: parece como si la sombra de la
cancelación (que más tarde sobrevendría) planeara casi desde los inicios de la
obra y y Kishimoto hubiera puesto el turbo para llegar a la meta tomando muchos
atajos. Esto provoca que la información, al final, se condense en poco espacio
y, mecachis, ojalá no fuera así. Y, que conste, lo digo con el corazón en la
mano: estoy disfrutando como un niño pequeño con esta serie, me lanzo como loco
a por cada número que sale y, quizás, por eso precisamente me dé tanta rabia
estos pequeños problemas. Porque, hablando claro, Samurai 8 es un shônen que
funciona como un reloj: la trama tiene unos personajes estereotipados, sí, pero
con el suficiente carisma y personalidad como para cogerles cariño y amor nada
más conocerlos. Y esto es importante: poco a poco, el plantel de personajes va
aumentando y mantener el equilibrio entre los antiguos personajes y los nuevos
que van llegando es un ejercicio de funambulista que Kishimoto lleva a cabo con
exquisitez.
El anterior volumen, el segundo, nos deparó un
auténtico carrusel de emociones y escenas épicas que hacían casi imposible
bajarse de la serie: la obertura del manga cerraba su círculo con los primero
volúmenes y todos nos quedamos con ganas de saber cómo continuarían las
aventuras de Hachimaru, su princesa An y el maestro Daruma. Pues bien. este
nuevo número sirve para ahondar en la relación, esencial para la trama, entre
An y Hachimaru: la dinámica entre princesa-samurái y las repercusiones que esta
tiene en el desarrollo de Hachimaru es el eje del tercer volumen. A estos tres
protagonistas se les sumará, ahora, dos personajes que, al menos
momentaneamente, se unirán en su viaje: Kotsuga es un pícaro que, para
sobrevivir, no tiene problemas en robar a todo aquel que se ponga por delante.
Pero no lo hará solo: Ryu, su mano derecha, será el brazo ejecutor. Pero hay un
ligero problema: pese a que Ryu es un ronin con muchísimo poder, ha perdido la
memoria y sólo recuerda su nombre. Ambos se unirán a los protagonistas en un
Battle Royale que deparará la posibilidad de ganar una enorme cantidad de
dinero a aquel que se alce sobre todos los demás combatientes.
Kishimoto sabe sacar partido de la personalidad
totalmente contrapuesta de Kotsuga y Ryu para depararnos momentos muy
humorísticos y que sirven para aliviar los momentos más tensos y dramáticos de
este volumen: si en el anterior ya derramamos algunas lágrimas por Hachimaru,
en esta nos espera lo mismo con una revelación de An. Kishimoto, en cualquier
caso, sabe dosificar muy bien entre la lágrima, la risa y la épica: volveremos
a ser testigos de algunas batallas espectaculares y, por momentos, épicas. A
todo ello ayuda enormemente el dibujo de Akira Ôkubo: ágil, preciso y directo
al grano. Sin grandes manierismo, pero siempre pensando en hacer la lectura más
sencilla: y no es fácil cuando has de narrar un combate vertiginoso o con
muchos elementos en escena.
Samurai 8 es pura diversión: el shônen editado por Planeta está
deparando muy buenos momentos a un servidor y os puedo asegurar que por ahora
me van a tener a la espera de su nuevo número. No tengáis miedo y acercaos
porque Kishimoto os tiene preparada una obra muy, muy interesante.
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